domingo, 10 de junio de 2018

Bajo dos banderas: 'El Soldado Robert Shirtliff'


El soldado de infantería ligera Robert Shirtliff yacía en el suelo, fundiéndose con el barro de las afueras de Tarrytown mientras el humo anegaba sus pensamientos y los atronadores gritos de guerra eran acallados por la potencia de los disparos. La frente de Robert sangraba profusamente, y dos máculas carmesíes se unían manchando la tela que cubría su muslo izquierdo. El dolor nublaba la vista que mantenía fija en el cielo raso, pero de manera alguna rompía la concentración del soldado. Nada podría quebrantar la determinación de los muchachos del capitán George Webb. Y, de todos modos, se hacía difícil superar el coraje con el que luchaban aquellos que creían en la libertad, en una nueva patria que valiese sus derechos individuales y les prometiera un futuro mejor. Pero el soldado Robert Shirtliff no combatía por eso. La sangre que manchaba la tierra neoyorquina sobre la que reposaba su cuerpo lo hacía por una libertad bien distinta.

Siendo tan sólo un niño se vio privado de un padre desaparecido en la mar, pero,3 y esta podría ser una suposición muy acertada, lo más probable es que fuera a buscar fortuna con una mujer más joven y carente de la carga impuesta por los siete retoños que tenía el hombre. Este hecho marcaría la vida de Robert, cuya familia de origen humilde no podía permitirse el mantenimiento de tantos hijos; así que estos empezaron a ser distribuidos entre las casas de distintos conocidos para que se responsabilizarán de su manutención y dispusieran de ellos como mano de obra. Sus pies fueron a parar, primero, al umbral de una anciana viuda que hizo uso de él como lector de pasajes bíblicos y, después, a los de una familia en la que laboró como sirviente, teniendo que ser instruido a escondidas en los estudios por los hijos de sus nuevos patrones, ya que los adultos de la casa se negaban a que tuviera una educación adecuada. 

Tras esta etapa, manifestó una habilidad extraordinaria de adaptación, siendo capaz de desempeñarse rápidamente en todos los cometidos que le eran asignados, y resultando un portento en todas las ocupaciones que se proponía. Dejó pasar los días entre las polvorientas calles de Middleborough, soñando en cosas que jamás podría conocer y personas que nunca sería. Quería convertirse en algo más. Buscaba asir el significado esquivo de su existencia. Por eso mismo, usando los conocimientos adquiridos en su último hogar, se convirtió en profesor de verano, mientras el resto del año se dedicada a las artesanías y otros menesteres tales como la venta a domicilio. Residía, nuevamente, en distintas familias de forma consecutiva. 

Pronto, como era de esperar, este plan resultó no llenar la oquedad que definitivamente residía en su alma. No era suficiente para él, el joven Robert seguía siendo desdichado. Sólo un cambio radical podría horadar su amargura. Fue entonces cuando escuchó el canto de sirena de la llamada a las armas. 

La guerra de independencia de los Estados Unidos se encontraba en su ocaso. El general Cornwallis del Reino de Gran Bretaña se había rendido un año atrás ante el general George Washington, que contó con el apoyo decisivo de franceses y españoles y proclamó la derrota británica en Yorktown. No obstante, esto no fue aprobado por los restantes combatientes ingleses en el territorio de las Trece Colonias, que continuaron oponiendo resistencia. La guerra seguía en marcha.

Suceso, cómo no, aprovechado por Robert. Dada su elevada estatura y fuerte complexión, fue asignado prontamente a la instrucción como "tropa ligera", élite encargada  de liderar los reconocimientos y de salvaguardar los flancos de los ejércitos. Durante la instrucción, experimentó por primera vez un verdadero sentimiento de comunión a su alrededor y disipó la sombra que atenazaba su pecho desde siempre. Ya no tenía por qué cuestionar el futuro. Estaba allí donde pertenecía. 

Por desgracia, parecía ser que ese lugar acababa en el suelo de un campo de batalla, con él retorciéndose de dolor y esperando a la muerte. Sin embargo, Shirtliff no dejaba que esto le desalentara. Si tenía que morir allí, que así fuera. Por fin había logrado algo, por fin había llegado a algún sitio. Se acabaron las dudas y las miserias. Esta sería la última. La que le permitiría encontrar la paz, pensó. Pero sus compañeros opinaban de otra manera, y se acercaron a toda prisa para socorrerle. Robert se negó, implorando que le abandonaran a su suerte en ese escenario perfecto. Pese a la negativa y resistencia que este impuso, hicieron oídos sordos y le subieron a un caballo que le llevaría a toda prisa al hospital de campaña. 
   
Allí yacía, más aterrado que en cualquier refriega, mientras un afanado doctor evitaba que se desangrase y trataba las heridas que marcaban su frente. Una vez fuera de peligro, abandonaron su atención y le dejaron un tiempo de reposo, con los gemidos dolientes del resto de heridos como canción de cuna. Sólo que, en esta ocasión, era necesario posponer el sueño. En cuanto pudo, se incorporó y, con paso dificultoso, puso rumbo lejos del hospital, localizando un rincón aislado donde descansar. Durante la huida del hospital había logrado sustraer una navaja, hilo y aguja. De esta manera, con gritos amortiguados, fue capaz de extraer una de las balas alojadas en el muslo. La otra, que se encontraba a demasiada profundidad, no logró ser atendida. La cojera y el dolor le acompañarían el resto de sus días. Pero no le importaba, porque Robert Shirtliff no luchaba y sufría por un país o por un ideal. Robert Shirtliff luchaba por sí mismo. Por quien era, por quien quería ser. Por sus vidas anteriores y futuras. Pues Robert no era su nombre. Antes de Robert fue apodado "Molly", antes de "Molly" se hizo llamar Timothy Thayer, y, mucho antes, sus padres le llamaron Deborah Sampson Gannett. Y no permitiría que nadie le dijera lo que podía o no podía hacer. Lo que debía o no debía ser. No sería desterrada al olvido. Lucharía por su libertad. 

Deborah Sampson Gannett

*(Este relato está basado en hechos reales)